Los primeros sábados de mes

[Artículo del periodista catalán Salvador Sostres en ABC, 26 de octubre de 2019]

Aunque éste es el penúltimo, yo creo que acabarán siendo los primeros. Se fijará una hora. El happy ending [violencia después de la manifestación] será en principio opcional, aunque puede que al final también en esto se establezca un protocolo, para bien o para mal -seguramente para mal.

Una vez el Estado ha marcado el terreno de juego, en lo económico, en lo político, en lo constitucional y en lo penal, el independentismo está buscando y hallando sus vías de cronificación -en su proceso de batasunización light- para mantener el negocio y sobre todo la respiración artificial a tanta y tanta gente que en Cataluña ha hecho del “procés” no su forma de pensar sino su forma de vivir, de ser alguien a través de una identidad colectiva para compensar la inanidad de su individualidad.

No hubo en la manifestación de este sábado 350.000 personas, pero mengua el independentismo hasta en sus exageraciones. Ya ni ellos se cuentan por millones. Los asistentes venían de almorzar en alegría y en paz en los más brillantes restaurantes y se marcharon al terminar al club, al gimnasio o al centro comercial para comprar las cosas del Halloween.

Lo que ahora ha decaído a ritual, a mera actividad de tarde, pronto será una obligación, y más temprano que tarde una piedra en el zapato. Habrá siempre gente, incluso mucha gente; pero cansada, y hasta muy cansada. Lo comenté con algunos de ellos cuando tras la demostración pasaron por casa a ducharse y coincidimos cenando en Nobu. La supuesta indignación por la caritativa sentencia del juez Marchena, que en su bondad y en su inteligencia trató a los revoltosos más de imbéciles que de delincuentes, es otra afectación del catalanismo: 100 años de cárcel, dicen, cuando en privado esperan que los primeros presos salgan por Navidad. Merecen un artículo entero -y lo tendrán- los dirigentes que en público se hacen los reprimidos y cuando se apagan las cámaras celebran la suerte que han tenido.

Para todo lo demás, el Estado. El sentimiento cercado por la Ley y la Ley administrada con piedad: esto es una sociedad democrática, esto es una nación cristiana, esto es España, y esto es La Civilización, que combate en la misma medida a los que quieren asaltarla y destruirla como a la tentación vengativa.

El independentismo no morirá ni ahora ni nunca. Esto es importante entenderlo y también en esta manifestación se ha visto. Que haya perdido en su tonto camino por conseguir su objetivo no significa que haya sido derrotado ni en su esencia ni en su propósito, pero ha quedado clara su mediocridad, su falta de inteligencia y de carácter, su puerilidad, su pulsión violenta de mal perdedor,

y que su sentimiento no ha encontrado aún el modo de volverse razonable ni una articulación política que lo vuelva viable.

Por ello -y mañana lo veremos en su reverso, en las calles de la misma ciudad- el Gobierno concretamente y el Estado en su conjunto, tienen que volver a Cataluña, tienen que dejar de ser -como ahora lo son- un cuerpo extraño en mi tierra, cuya exaltación enseguida es tildada de fascista aunque sólo sea por rara. Los que en cualquier medida se sienten españoles en Cataluña no tienen ningún relato comparable al que el independentismo ha creado para los suyos, ni elementos de cohesión que les hagan sentir propietarios en su comunidad, y no okupas. Pero de esto hablaremos mañana. Hoy el independentismo se parece más a su parodia que a su amenaza, y ayer en Barcelona hubo más personas comprando absurdas máscaras de calavera o de fantasma que gente intentando proclamar una república.

Nos quedan por ver terribles espectáculos, como el más probable intento de sabotear en directo el Clásico [partido Barça-Madrid]. Nos quedan por aguantar toneladas de victimismo y de debilidad mental, y nosotros tendremos toda la razón y ellos ninguna. No temo que el independentismo llegue nunca a hacer algo suficientemente inteligente para ganar, pero también por acumulación se ganan las batallas y si el Estado no vuelve a Cataluña llegará un día en que el único camino que le quedará es el de marcharse.