¿Está Europa cometiendo suicidio?

Dominic Sandbrook, 20 de mayo de 2017

[Original en inglés aquí. ]

Hace un par de días, vi una grabación en la tele de la campaña electoral de la franca parlamentaria laborista Jess Philips, que buscaba la reelección en su circunscripción electoral de Birmingham.

Se le preguntó qué asuntos le comentaban más los votantes cuando hablaba con ellos puerta a puerta La sra. Philips no perdió un segundo: «El tema de la inmigración surge…», dijo meditabunda. Y después, como si se acordara de algo, en vez de eso, comenzó a hablar sobre la recogida de basuras.

Fue, pienso, un momento enormemente revelador. Pues no hay un tema tan potencialmente peligroso como la inmigración. Muchas personas tienen emociones intensas sobre él y muchos se sienten incapaces de plantearlo públicamente.

La franca parlamentaria laborista Jess Phillips hablaba por TV cuando cambió repentinamente el tema para no hablar de inmigración – demostrando el tabú que es este tema para la gente

Incluso en privado, las personas tolerantes discuten el tema de la inmigración vacilantemente, si es que lo hacen.

Aún planea sobre el debate la sombra de Enoch Powell – el político conservador nacido en Birmingham que fue marginado completamente después de su polémico discurso en 1968 sobre «ríos de sangre» (una frase que, de hecho, nunca pronunció).

[El autor del artículo se refiere a un famoso discurso anti-inmigración que hizo Enoch Powell en 1968, que es bien conocido por sus lectores británicos]

Hace unos años, estaba en una comida en Londres, sentado al lado del ex-editor de un periódico nacional y el editor de una de las revistas británicas más conocidas. Ambos eran personas de mentalidad progresista y con un nivel alto de estudios. La conversación derivó al tema de la inmigración. «Ha ido demasiado lejos», dijo uno. «Tienes toda la razón», dijo el otro, «pero, por supuesto, no puedes decir eso».

El periodista Douglas Murray no tiene esos escrúpulos. Más conocido por sus ácidas columnas en la revista Spectator y su libro sobre la investigación del Domingo Sangriento (que ha ganado premios), ha lanzado una bomba sobre el debate de la inmigración e identidad en la Europa actual.

El autor Douglas Murray (izquierda) ha lanzado una bomba sobre la inmigración europea con su nuevo libro «La extraña muerte de Europa» (derecha)

De hecho, las primeras líneas de su nuevo libro, «La extraña muerte de Europa», difícilmente podrían ser más incendiarias.

«Europa está suicidándose», escribe Murray. «O, al menos, sus líderes han decidido que se suicide…Como resultado, cuando las personas que viven hoy finalicen su vida, Europa no será Europa y los pueblos europeos habrán perdido el único lugar del mundo que podían llamar ‘hogar'».

La causa, piensa, es doble. En primer lugar, nuestros líderes políticos se han confabulado conscientemente para fomentar la «migración masiva de gentes a Europa», llenando «las ciudades frías y lluviosas del norte» con «personas vestidas para las laderas de Pakistán o para las tormentas de arena de Arabia».

En segundo lugar, cree que las élites intelectuales y culturales de Europa, incluyendo las británicas, han «perdido fe en sus creencias, tradiciones y legitimidad». Paralizadas con culpa, obsesionadas con hacer penitencia por los pecados del Imperio, han perdido de vista los valores históricos cristianos que su gente esperaba que defendieran. [Nota aclaratoria: Murray es un gay ateo, aunque se considera «cristiano cultural», es decir, considera que los valores cristianos deberían regir en Occidente]

Como consecuencia de su utopismo iluso, piensa Murray, Europa está dejando de ser Europa. De hecho, cree que la cultura europea como ha sido entendida por generaciones – la cultura de Miguel Ángel y Mozart, Shakespeare and Goethe, Dickens y Wagner — está condenada. [Para el traductor, esta cultura simplemente ya no existe. La cultura europea actual es de una enanez increíble, producto del utopismo más ramplón llevado hasta sus extremos más delirantes e incapaz de llegar al talón de esos grandes maestros.]

«En vez de seguir siendo un hogar para los pueblos europeos», escribe, «hemos decidido convertirnos en una ‘utopía’, pero solamente en el significado original en griego de esta palabra: convertirnos en un ‘no lugar'».

Murray cree que las élites intelectuales y culturales de Europa, incluyendo las británicas, han «perdido fe en sus creencias, tradiciones y legitimidad» (en la imagen, la jungla de Calais)

No es sorprendente oír que el libro de Murray ha caído mal a los tipos bien pensantes del [periódico británico] The Guardian, cuyo crítico [de libros] lo describió como ‘xenofobia aburguesada’ y una versión ‘ligeramente más pija’ de ‘racismo al desnudo’

Esta semana abrí el libro de Murray con ligero escepticismo y aún pienso que exagera la negatividad apocalíptica.

Aún así, al riesgo de ser acusado por The Guardian de xenofobia – lo que reconozco que me pondría en compañía de montones de personas – creo que ha penetrado nuestra insatisfacción actual más que legiones de académicos progresistas.

Es refrescante ver algo de honestidad sobre la naturaleza sin precedentes históricos de la inmigración europea de los últimos 70 años.

En caso de que se necesite un recordatorio, las cifras de [la inmigración] sólo para Gran Bretaña son simplemente alucinantes.

Entre 1997 y 2010, por ejemplo, el gobierno laborista permitió que un número asombroso de 2.2 millones de personas se establecieran en este país, el equivalente de dos Birminghams [o tres Sevillas].

Bajo David Cameron, los conservadores prometieron reducir la inmigración a decenas de miles. Sin embargo, las últimas cifras muestran que la inmigración anual neta es aproximadamente de 273 mil, es decir,  más o menos una ciudad del tamaño de Hull [o Gijón] llega cada año.

Entre 1997 y 2010, por ejemplo, el gobierno laborista permitió que un número asombroso de 2.2 millones de personas se establecieran en este país, el equivalente de dos Birminghams [o tres Sevillas]
Hay que destacar, por cierto, que la inmigración masiva ha sido siempre inmensamente impopular. Cuando escribí una historia de Gran Bretaña en los años sesenta, no pude dejar de notar que, incluso entonces, al menos siete de cada diez personas estaban completamente en contra de ella, como mostró el diluvio de cartas de aprobación que recibió el discurso supuestamente tóxico de Enoch Powell.

Quizás sus admiradores tenían la razón; quizás no la tenían. Pero, sea cual sea tu opinión sobre la inmigración, nunca ha habido un tema en el que la clase política ha ido de forma tan consistente contra los deseos del pueblo británico.

En este punto del argumento, el profesor progresista típico insistiría que Gran Bretaña siempre ha sido una nación de inmigrantes. De todas maneras, todos venimos de algún otro lugar, dicen, todos somos mestizos. Así que, ¿cómo te atreves a cerrar las puertas a unos pocos más?

Pero como muestra Douglas Murray, esto es reescribir descaradamente nuestro pasado. Durante la mayor parte de nuestra historia, no hemos sido nunca una nación de inmigrantes. Incluso el influjo más famoso de nuestra historia, la conquista normanda [de 1066], involucró una transferencia de población diminuta, el equivalente de no más del 5 por ciento.

Por mucho que a la BBC y a otros medios les guste pretender que Gran Bretañña siempre ha sido un ejemplo de diversidad, la verdad pura y dura es que, hasta la mitad del siglo XX, la inmensa mayoría de las personas que vivieron aquí habían nacido aquí. Mira una foto del Londres de los últimos años de la reina Victoria y las caras uniformemente pálidas te devuelven la mirada.

La llegada de los hugonotes franceses en la década de 1680, a menudo citada por los apóstoles de la diversidad, involucró sólo unas 50 mil personas, todos los cuales eran blancos y cristianos.

Y aunque los inmigrantes irlandeses que llegaron en el siglo XIX enfrentaron un buen grado de prejuicio, no eran en absoluto unos completos forasteros, debido a las historias entrelazadas de nuestras islas.

A menudo, los tipos de mentalidad progresista  encuentran embarazoso todo esto. O bien intentan reescribir nuestra historia, exagerando incansablemente la presencia de minorías diminutas de africanos o asiáticos, o bien difunden una caricatura de la Gran Bretaña anterior a los años cincuenta como un lugar gris y aburrido que necesitaba desesperadamente una inyección de color inmigrante.

Esto no es sólo un complejo británico. Como escribe Murray, a los progresistas europeos les encanta pintar sus propias sociedades como «lugares ligeramente aburridos o serios». Escriben como si «hubiera un agujero en el corazón de Europa que necesitara ser llenado, pues, si no, seríamos más pobres».

(Por cierto, esto es algo que nunca soñarían decir sobre países como Bhutan o Burkina Faso. Nadie sugiere nunca que lo que necesitan estos países irremediablemente monoraciales es un influjo de inmigrantes occidentales)

Como un ejemplo completamente irrefutable, Murray nos da las opiniones del impecablemente progresista Fredrik Reinfeldt, el primer ministro sueco entre  2006 y 2014, que disfrutó de la dudosa reputación de ser «el David Cameron escandinavo». Era un defensor apasionado de la inmigración masiva. Los suecos, dijo una vez, eran «aburridos», mientras que las fronteras nacionales eran construcciones «ficticias».

Y, en una ilustración perfecta de lo que Murray ve como la crónica auto-flagelación de la élite europea, el señor Reinfeldt incluso declaró que «sólo la barbarie es genuinamente sueca. Todo el desarrollo posterior se ha traído desde fuera».

Esto hubiera dejado atónitos al autor teatral sueco August Strindberg, al director de cine Ingmar Bergman y los miembros de Abba, sin mencionar sus paisanos que inventaron el cinturón de seguridad y el marcapasos.

En cualquier caso, los resultados del utopismo progresista del señor Reinfeldt han sido asombrosos. Con sólo diez millones de personas, Suecia ha aceptado más refugiados por cápita que cualquier otro país. Sólo en 2015, aceptó 180 mil inmigrantes — más que la población de toda Suecia (si quitamos las tres ciudades más importantes).

En meses recientes, ha habido una fuerte polémica sobre la relación entre inmigración y delincuencia en Suecia. Esto es debido sobre todo a los comentarios de Donald Trump sobre «motines» en Suecia, basados en un informe de Fox News, que culpaba al influjo de inmigrantes de los últimos 20 años de un supuesto fracaso de la ley y el orden.

Pero, como sugiere Murray, la historia realmente reveladora es, sin duda, el ascenso del partido de extrema derecha Demócratas Suecos – un partido nacionalista y anti-inmigrante que ha pasado de la nada a liderar las encuestas durante los dos años pasados. ¡Y esto no ha sido en la Alemania de los años treinta, sino en la Suecia del siglo XXI, que aparentemente es una de las sociedades más satisfechas, tolerantes e igualitarias del mundo!

Pienso que sería una pereza imperdonable echar la culpa de esto al supuesto racismo de la plebe, como les encanta hacer a los intelectuales progresistas.

De hecho, casi cada indicador muestra que el anticuado prejuicio venenoso [del racismo] ha muerto prácticamente, no sólo aquí en Gran Bretaña, sino también en la mayoría de Europa Occidental.

Piense lo que piense The Guardian, el mismo Murray no es racista. De hecho, escribe emotivamente sobre el drama de los miles de refugiados que han pagado cada uno hasta 1500 dólares para atravesar el Mediterráneo en peligrosas pateras. Como destaca, cualquier persona decente debería querer ayudarles, no «empujarles de nuevo al mar».

Su propia estrategia sería que los países europeos invirtieran en centros de acogida en el África del Norte y conceder asilo a los refugiados por un periodo limitado de tiempo.

Es imposible decir si esto funcionaría. Pero, ¿realmente podría ser peor que el «gratis-para-todos» de los años pasados?

Es refrescante ver algo de honestidad sobre la naturaleza sin precedentes históricos de la inmigración europea de los últimos 70 años.

Pero supongo que su mordaz rechazo de las ingenuas beaterías progresistas tocará la fibra sensible de personas ubicadas en cada rincón de nuestro paisaje político. Por ejemplo, el argumento de que la inmigración mágicamente nos ha hecho una sociedad más tolerante sólo le merece desprecio.

En 2015, una encuesta de actitudes encontró que sólo 16% de la gente de fuera de Londres pensaba que la homosexualidad era inmoral. La cifra en Londres fue del 29%, reflejando la concentración mucho mayor de musulmanes conservadores.

De hecho, este conflicto entre fundamentalismo islámico y tolerancia británica es una historia tristemente familiar, desde las amenazas de muerte al autor Salman Rushdie por su novela «Los versos satánicos» hasta el horrible asesinato del carabinero Lee Rigby por parte de dos conversos al Islam.

Murray debería haber dejado más claro, pienso, que la inmensa mayoría de los musulmanes británicos son ciudadanos decentes, pacíficos y que respetan las leyes. Sin embargo, tiene toda la razón al afirmar que, desde hace demasiado tiempo, nuestras élites políticas y culturales han tenido tanto miedo de ser llamadas racistas que han permitido que los extremistas islámicos se enconen sin control.

Sin embargo, incluso en la actualidad, la élite política europea está desesperada para silenciar a sus críticos. De hecho, dos historias del libro de Murray me dejaron realmente atónito.

La primera es de septiembre de 2015, cuando consta que la canciller alemana Angela Merkel preguntó a Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, qué es lo que estaba haciendo para que la gente dejara de criticar en Facebook su política migratoria de puertas abiertas. «¿Estás trabajando en esto?», ella le preguntó. Y él le dijo que sí.

Mi estupefacción fue doble: que ella se sintiera con el derecho de pedirle que silenciara a sus críticos y que él le dijera dócilmente que lo estaba haciendo.

La segunda historia también viene de Alemania. Un mes después, en la pequeña ciudad de Kassel, estaba planificado que llegaran 800 inmigrantes según el plan de Merkel, así que las autoridades convocaron a una reunión pública.

Pero cuando los residentes empezaron a expresar sus preocupaciones, el presidente del distrito, Walter Lubcke, tomó la palabra. Dijo que lo alemán era admitir a inmigrantes. Cualquiera que no estuviera de acuerdo, añadió, era «libre de dejar Alemania».

Esto es indignante, pienso, no sólo porque es tan arrogante, sino porque es tan contraproducente. Durante los últimos 50 años, la élite política europea ha dicho a la gente que no tenía la razón.

Cuando los votantes se niegan a escuchar, simplemente la élite lo considera una prueba de que necesitan otra dosis de diversidad para romper su resistencia de una vez por todas. Así que el diálogo de sordos continua.

Si esto realmente marca el fin de la civilización europea, como afirma Murray, es algo discutible. Creo que es demasiado pesimista, aunque si viviera en algún lugar como el suburbio de cemento de Saint-Denis, en París, un gueto infestado de crimen con una fuerte proporción de población musulmana del Norte de África , puede que pensara de forma diferente.

Lo que es cierto, sin embargo, es que necesitamos voces cáusticas pero honestas como la de Murray, si alguna vez queremos tener un debate genuino sobre todo esto.

Porque abucheando y silenciando a los Douglas Murray de este mundo, los progresistas bien pensantes sólo están dando más munición a los demagogos de la extrema derecha que se pavonean. No puedo imaginar una estrategia más estúpida y peligrosa. Al fin y al cabo, ya hemos visto esta historia antes. Todos sabemos cómo termina.

 

Los votantes son los responsables de los atentados de Manchester

[Original en inglés aquí]

Prepárate para los discursos llorosos. Prepárate a cambiar la imagen de tu perfil de Facebook. Arrastra ese piano y toca «Imagine» en las ruinas quemadas. Siente cómo el aire de superioridad moral hincha tus venas mientras proclamas tu lealtad a la democracia, igualdad, libertad, diversidad y tolerancia ante esta violencia sin sentido. Ya eres experto: se ha convertido en una rutina.

Un nuevo día, un nuevo atentado terrorista. No deberíamos tener simpatía por las víctimas: votaron para esto. En cada elección en la que hemos tenido oportunidad de reducir las raíces del terrorismo – es decir, la democracia, la igualdad, la libertad, la diversidad y la tolerancia – los votantes inclinan sus cabezas huecas y van a las urnas para afirmar la misma locura una y otra vez.

Así que algunos de ellos explotan. No sabes qué pena me da. Son idiotas que apoyaron esto. Sin duda tienen a alguien que quieren echar la culpa por sus fallos. Culparán a los políticos, a los medios, a la universidad, a cualquiera. Quieren evitar la responsabilidad por el hecho de que son votantes en una democracia y que arreglar esto era su responsabilidad.

Así funciona la democracia. Clasificamos los sistemas políticos según quién toma las decisiones. En una democracia, son los votantes. Si un político es malo, corresponde a los votantes expresar suficiente malestar para que se presente un rival y, después, apoyar a esta persona. Pero no lo hacen. Los votantes creen que no tienen ninguna responsabilidad así que eligen opciones seguras como Merkel, Macron, Obama y Theresa May.

Los políticos como estos nunca cambiarán el sistema. Su interés es en que el gobierno siga siendo amable y estable, que crezca poco a poco y que expanda su poder. Para ello, necesitan alguna justificación, como la diversidad. Así que nunca van a reducir la inmigración or dar marcha atrás a la decadencia. Se aprovechan de la decadencia.

Mientras sigas votando por estos candidatos del establishment, habrá más atentados terroristas. De hecho, si permites que haya democracia en tus tierras, acabas en un círculo vicioso en el que se redoblan las malas ideas y la sociedad se hace más y más izquierdista, porque este movimiento a la izquierda le da al gobierno una excusa para expandir su poder.

Los muertos que yacen en Manchester tuvieron su oportunidad. Quizás no ellos específicamente; quizás sus padres fueron los que pudieron cambiar esto. Pero no lo hicieron. Y ahora, de la misma manera que tirar de la anilla de una granada produce una explosión, [votar a las opciones del sistema produce] un atentado terrorista. Los islamistas nunca nos han mentido. Siempre han dicho que vienen a conquistar: primero con el útero, después con la pistola. Sabíamos cómo era  esa bestia.

También sabíamos los efectos de la democracia y la diversidad. La democracia divide una sociedad en muchos grupos de interés y, con el tiempo, en ciudadanos atomizados yendo a la deriva, sin nada importante en sus mentes. La diversidad reemplaza a la mayoría – mediante un proceso conocido como genocidio suave – primero con muchos grupos que luchan, después un rebaño sin cultura de raza mezclada.

Nada de esto es un misterio. Nada de esto necesita que pensemos mucho para entenderlo. Y, sin embargo, los votantes van a las urnas cada vez y pulsan el interruptor del mal. Discúlpame si no siento nada por ellos cuando esta decisión explota (literalmente) en sus caras.

 

Los bárbaros acabarán con tu existencia estéril

[De Daryush Valizadeh, «Roosh». Original en inglés aquí ]

¿Por qué no pueden los musulmanes, africanos e indios ser más civilizados, como los occidentales? ¿Por qué insisten en reproducirse sin fin cuando sus hijos no tienen la oportunidad de estudiar en una universidad de prestigio? ¿No hay una manera en que podamos ayudarlos a ver la luz de la civilización, el pensamiento racional y la limpieza higiénica? Estas son preguntas que puedes haberte preguntado en algún momento mientras mirabas por encima del hombro a los bárbaros del Tercer Mundo. Pero, desde el punto de vista de la naturaleza, no son ellos los que son el problema. Nosotros somos el problema. Nosotros somos los defectos de la naturaleza que seremos erradicados.

A la naturaleza no le importa la educación, la descendencia de «alta calidad», los títulos universitarios, la limpieza, la sostenibilidad, la filosofía o el medio ambiente. Le importa la fertilidad y el poder. A la especie o raza que sea más fertil y poderosa se le recompensará con el botín que da la Tierra. La gente que pueda conquistar el planeta por la pura fuerza de los números, con independencia de su inteligencia o modos, acabará dominando la Tierra, justo como el homo sapiens acabó reemplazando a los neandertales (que eran más inteligentes) simplemente reproduciéndose a un ritmo superior. La raza más inteligente del planeta puede usar esta inteligencia para fortificarse en cuevas mientras los bárbaros más numerosos conquistan el planeta, incluso si son sólo zombies sin mente.

El pensamiento racional de la era de la Ilustración lleva al suicidio de la sociedad, pues, cuando se lleva a sus últimas consecuencias lógicas, acaba demostrando que las familias, la divinidad y las normas tradicionales no son necesarias, junto con la noción que el individuo es Dios. Este pensamiento, en su bella forma civilizada tan apreciada, lleva a la destrucción a cualquier raza que participe en él. Mientras tanto,  los bárbaros estúpidos con coeficientes intelectuales de 95 o más bajos, que siguen un antiguo libro que les implora conquistar y cortar cabezas, continuan multiplicándose y conquistando más territorios.

Nosotros somos los errores de la naturaleza. Somos la gente grotesca. Se nos ha condenado al reemplazo, abandonados por Dios por permitir más de mil millones de abortos en sólo unas pocas décadas mientras intentamos cambiar las reglas de la naturaleza, declarando que los hombres son mujeres y las mujeres son hombres. Nuestro objetivo no es el de la iluminación espiritual sino alcanzar los más viles niveles de degeneración.

Debido a nuestra esterilidad cultural y biológica, creo que estamos destinados a ser destruidos. Incluso aunque esta destrucción nos mira fijamente a los ojos, lo máximo que podemos conseguir es unas pocas diatribas en sitios web, mientras los bárbaros están violando, conquistando y reproduciéndose. Te prometo que vencerán. La historia enseña que los bárbaros siempre vencen. Son la solución a un pueblo roto. Ellos adoran a sus dioses fielmente mientras nosotros adoramos a nuestros «me gusta» de Facebook y a nuestros famosos. Somos tan irremediablemente estériles, tan anti-vida, que la naturaleza celebrará cuando nos reemplacen aquellos que apenas saben leer. Pero ellos valorarán la vida de los suyos y eso basta.

Incluso si solucionamos todos los problemas políticos actuales y neutralizamos a los más vulgares de nuestra sociedad, ¿qué nos queda? Una población que disminuye y ciudadanos tan atomizados que incluso están perdiendo la habilidad de comunicarse unos con otros, que tienen que usar apps informáticas [Tinder] y alcohol para fornicar mientras la mujer está bajo medicación para ser estéril [anticonceptivos], desde que cumplió 16 y sus padres le premiaron con esta medicación de esterilización. Nuestro castigo viene. Se regalarán territorios de Occidente e, incluso si la horda de bárbaros puede ser vencida con tecnología, habrá un día que no haya un hombre que quede para apretar el botón de matar. Los bárbaros heredarán el mundo hasta que se vuelvan civilizados y el ciclo se renueve otra vez, como lo ha hecho muchas veces en el pasado.

A la naturaleza no le importan tus leyes de igualdad o tu superior coeficiente intelectual. Le importan la reproducción y el poder, y lo que los bárbaros carecen en inteligencia, lo compensan con energía vital. Somos las anomalías, somos los errores y, a menos de que redescubramos el valor de la familia, la tradición y Dios, debemos prepararnos a aceptar el fin inevitable: nos hemos convertido en tan débiles como pueblo que ni siquiera nos hemos molestado en poner una valla y todo lo que los bárbaros han tenido que hacer es simplemente entrar.

Las feministas lucharon batallas pero los hombres ganaron la guerra

[Traducción de un escrito de un grupo de mujeres que se reunen para defender sus intereses en el Congreso de Estados Unidos para defender sus intereses. Original en inglés en

https://concernedwomen.org/feminists-fought-battles-and-men-won-the-war/

]

Las feministas batallaron por décadas para cambiar la cultura, las leyes y las costumbres con el pretexto de la «igualdad» cuando, en realidad, era una lucha para arrancar el poder de los hombres.

Felicidades, hombres, habéis ganado.

Espera, ¿qué?

Se han eliminado todas las restricciones contra las conductas más bajas de los hombres. Son libres de tener sexo con mujeres sin tener citas, sin compromiso, matrimonio o responsabilidad, gracias al feminismo.

Antes de la revolución sexual de los sesenta, se trataba a las mujeres con más respeto. Si un hombre tenía sexo con una mujer y esta quedaba embarazada, se esperaba que él se casara con ella. Como tal, el sexo antes del matrimonio no era tan predominante como ahora. Las mujeres no saltaban simplemente a la cama con un hombre; los hombres tenían que cortejar a una mujer, ganar su confianza y respeto, y entonces pedir su mano en matrimonio. ¿Había sexo antes del matrimonio? Sí, pero era más raro y tenía consecuencias para los hombres.

En la actualidad, los hombres pueden acostarse con cualquiera y esperar que la mujer esté tomando anticonceptivos, y si no los toma o si fallan, esperan que vayan a tener un aborto (que, ¿sabes?, es el derecho de cada mujer, según [la sentencia judicial del Tribunal Supremo llamado] «Roe versus Wade»). Una tercera opción es ignorar completamente la posibilidad, porque, si está embarazada, las feministas le dicen que es la decisión de la mujer y es su culpa como el donante de esperma. El no tiene la posibilidad de ser padre si la mujer decide que no quiere ser madre.

Las feministas utilizaron un análisis estático cuando empezaron el camino para «empoderar» a las mujeres – [pensaron que] cambiarían las reglas y que los hombres pagarían por su tratamiento injusto a las mujeres. Sin embargo, un análisis dinámico hubiera predicho que el fácil acceso de las mujeres a los anticonceptivos y el aborto sin restricciones eliminaría la responsabilidad de los hombres con cualquier consecuencia del «amor libre». Los hombres se aprovecharon de todo el sexo sin consecuencias que querían y acabaron con más poder. Llámalo como quieras: ironía, visión de túnel, la ley de las consecuencias inesperadas, ingenuidad.

La rápida decadencia (algunos lo llaman «muerte») de la caballerosidad es otro resultado de las batallas. Las feministas se ofendían por hombres que cedían su asiento a las mujeres o les abrían la puerta. Olvídate en llevar una mujer a una cita y – uf – ¡pagar la cita!. Qué humillante: las mujeres pueden hacer su propio dinero y pagar lo suyo, muchas gracias. Un artículo del británico Daily Mail muestra qué bajo hemos caído, concluyendo que las mujeres sospechan de los hombres que intentan ayudarlas. Un comentario lo resumió así: «No abro esta puerta porque eres una dama, la abro porque soy un caballero».

Después del ataque sobre la caballerosidad, las citas fueron la siguiente víctima. Un hombre solía ir a casa de una mujer y llevarla a cenar, al cine, al teatro, etc., y pagar por ello, mientras era caballeroso. El británico Telegraph publica una nueva encuesta que muestra que el 82% de mujeres prefieren pagar su cena en una primera cita; 78% de mujeres no aceptarían que un hombre les prestara su abrigo en un día frío; sólo 8% de mujeres dijeron que aceptarían que un hombre les cediera el asiento y, sin embargo, 98% dijeron que les gustaría recibir flores.

Conforme la revolución sexual aplastaba los valores tradicionales, las citas se fueron desvaneciendo hasta que se dejó a los Milenarios [es decir, la generación que es joven ahora] con las alternativas actuales. Un artículo del New York Times  explica: «En vez de cena-y-una-película, que parece tan obsoleta como un teléfono de disco, se encuentran con SMS, actualizaciones de Facebook, mensajes instantáneos y otras «no-citas» que dejan una generación confundida sobre cómo conseguir un novio o novia». Es típico ir a «citas grupales» o encontrarse al último minuto, como lo es «enrollarse», que implica sexo sin compromiso.

El feminismo dijo a las mujeres que podían tener la misma vida de sexo sin compromiso que pensaban que disfrutaban los hombres. Ahora, los hombres lo disfrutan y las mujeres anhelan algo más. Para parafrasear un viejo dicho: «¿Para qué salir con una mujer cuando puedes tener el sexo gratis?»

No debería ser sorprendente que los hombres han perdido interés en el matrimonio. Un artículo de Foxnews.com arroja luz sobre el efecto bumerán de las batallas del feminismo: «Según el Pew Research Center, el porcentaje de mujeres de edades entre los 18 a los 34 que dicen que tener un matrimonio exitoso es una de las cosas más importantes en sus vidas aumentó un 9% desde 1997 – desde 28% a 37%. Para los hombres, pasó lo contrario. El porcentaje que tenía esta opinión bajo de 35% a 29%».

El autor preguntó a los hombres por qué no querían casarse y su respuesta fue: «Las mujeres ya no son mujeres». El artículo dice que los hombres perciben a las mujeres de hoy como coléricas, defensivas y que tratan al hombre como el enemigo.

Las feministas impulsaron la idea de que, antes del feminismo, las mujeres estaban indefensas. Así que, después que la oleada feminista comenzó en los setenta para corregir todos los males, las mujeres ahora ganan más títulos que los hombres y son la mayoría de la fuerza laboral de Estados Unidos. Con estos avances, las mujeres también tomaron la responsabilidad de las consecuencias sexuales  (control de natalidad, aborto o madre solteras) y aún hacen la mayoría de las tareas domésticas y de la crianza de los niños cuando cohabitan o se casan con un hombre, incluso cuando trabajan también a tiempo completo.

Las feministas tuvieron éxito en dar a los hombres el poder de tener sexo sin compromiso y sin consecuencia, de dejar de mostrar deferencia a las mujeres, de ahorrar dinero por no ir de citas y de no casarse. Las mujeres pueden tener más educación y trabajos que los hombres más, pero están a merced de hombres sexualmente liberados que no quieren o necesitan sentar la cabeza.

¿Quizás los hombres deberían enviar algunas flores a las feministas?