La izquierda es la vieja del visillo

Daniel Rodríguez Herrera

Original aquí

La lógica nos diría que la querencia por un mayor o menor grado de restricciones durante la pandemia y durante este final en que se llama cuarta, quinta, decimotercera ola a un martes cualquiera no debería depender demasiado de la ideología. Sí, es cierto, los más liberales siempre van a mirar con más sospecha cualquier tipo de medida que coarte derechos fundamentales, en los cuales incluiremos muchos que la izquierda desprecia como meramente económicos, pero poco más. Lo que debería ser normal es que confinamientos más duros sean recibidos con mayor agrado por quienes son más aprensivos, menos propensos al riesgo o tienen circunstancias objetivas que les hacen temer más a la enfermedad. Y eso es lo que ha pasado en general en la derecha, pero no en la izquierda.

Así, tras el fin del estado de alarma hemos podido comprobar cómo las imágenes de la vida en la calle, de la gente saliendo y pasándoselo bien al aire libre, donde menos riesgo de contagio hay por otro lado, de los botellones, en definitiva, se han encontrado con la condena unánime de la izquierda. La izquierda, sí, esa ideología política que se vende como si fuera la tolerancia misma, la diversidad, la compasión, la solidaridad, el buen rollo, el humor, el arte; en definitiva, todo lo bueno y nada de lo malo, el cielo en la tierra. En la práctica, sin embargo, a lo único a lo que parecen dedicarse ahora es a trazar líneas rojas por todas partes para poder niñiñear a todo aquel no ya que se las salte, sino que se atreva a arrimarse un poco a ellas.

Lo hacemos todo mal. Comemos mal, hay que evitar la carne y hacernos todos veganos, o como mucho comer insectos. Follamos mal, hay que prohibir el porno, la prostitución y el sexo sin amor. Cagamos mal, hay que usar poco papel higiénico y no hablemos de las toallitas, que son anatema. Viajamos mal, que vamos en avión a todas partes y eso es fatal para el cutis y el clima climático. Compramos mal, ¿qué es eso de tanto envase de plástico y de tanta ropa de temporada, es que nadie va a pensar en la ecología? No hay semana en que los medios de mucho progreso no nos revelen dos o tres cosas que hacemos rematadamente mal porque no estamos suficientemente concienciados ni nos tomamos la Agenda 2050 como el camino, la verdad y la vida.

Otra cosa, claro, es que ellos lo hagan, que no lo hacen. Nosotros no podremos volar a destinos que estén a menos de dos horas y media, pero Falconetti por supuesto que puede coger el avión para ir a la boda de su cuñado. Pero les da igual: basta con señalarnos a los demás con el dedo para que ellos queden inmediatamente absueltos de todo pecado. La inquisición como camino a la salvación. Porque, al fin y al cabo, todas sus histéricas campañas, sus feminismos, sus cambios climáticos, sus elegetebé, tienen un único objetivo: separarnos entre buenos y malos, entre aquellos que alcanzarán la salvación y las pobres almas en desgracia. Y odiarnos, claro. Que pocas cosas hay en la vida más atractivas que poder odiar a gusto sintiéndose además virtuoso por hacerlo.

El coronavirus está en retirada gracias a las vacunas, algo que sólo un idiota podría negar a estas alturas. Montar fiesta en la calle puede no ser lo más prudente del mundo, pero ya no es tan arriesgado, especialmente porque ahora sabemos que contagiarse al aire libre no es tan fácil. Deberíamos estar hablando de limitar a espacios cerrados la obligación de llevar mascarillas, no escandalizándonos porque en una ciudad de varios millones de habitantes cien o doscientos jóvenes se lo pasen bien en una plaza. No estamos en marzo del año pasado. Ya hemos visto que el fin del estado de alarma no ha llevado a repunte alguno. Lo racional es cambiar de mentalidad, relajarnos y dejar de comportarnos como la vieja del visillo. La policía del balcón tuvo su momento, y no es éste. A no ser, claro, que sea tu forma de pasar por la vida, y el coronavirus simplemente haya aportado a tus vicios una legitimidad de la que en tiempos normales carecen.