La raíz del nacionalismo catalán

En el fetichismo de los nacionalistas por Francia es donde se puede ver la naturaleza del nacionalismo catalán. Francia es el país más centralista de Europa, donde las identidades regionales han sido laminadas, los idiomas regionales franceses completamente marginados y despreciados, considerados incultos y paletos. La lengua catalana en Francia está en un estado totalmente terminal.
 
¿Entonces, por qué ese amor hacia Francia de parte de gente que dice querer tanto al idioma catalán y la patria catalana? ¿Por qué Artur Mas pidió ingresar a la organización de la francofonía, cuando el idioma catalán se parece al francés como un huevo a una castaña?
 
Es porque el nacionalismo catalán, más que un ensalzamiento de la identidad catalana és un rechazo de la identidad española. Es una de las formas en que los españoles reaccionan a la internalización de la leyenda negra. Sabemos que esta leyenda negra ya estaba internalizada a finales del siglo XIX por los españoles. Como dice un poema del catalán Joaquín Bartrina (Reus, 1850 – Barcelona, 1880)
 
Oyendo hablar un hombre, fácil es
saber dónde vio la luz del sol
Si alaba Inglaterra, será inglés
Si reniega de Prusia, es un francés
y si habla mal de España… es español.
 
Ante el sentimiento de inferioridad que da internalizar la leyenda negra, en que uno se siente de un país inferior y no homologable a otros europeos, una de las soluciones es no sentirse español. Así España sería un país africano y Cataluña sería un país europeo. Esta es la raíz del supremacismo catalán, que es el motor psicológico del nacionalismo catalán.
 
El supremacismo es una droga psicológica con tres efectos agradables. Primero, es agradable sentirse mejor que el vecino, sin hacer nada, sólo por pertenecer a un pueblo que se dice superior. Segundo, el supremacismo permite tirar todas las culpas de tus errores al vecino, que es quien te oprime y no te deja expresar lo superior que eres (ver nuestro amigo cuando dice que una Cataluña independiente sería igual a Francia). Tercero, el supremacismo da un ideal mayor que tu para luchar (la independencia, concebida como paraíso en la tierra), un sucedáneo de la religión. Todos tenemos un agujero en forma de Dios en nuestra alma y si no lo llena Dios, intentamos llenarlo con sustitutos de baja calidad.
 
Dado que Cataluña, para lo bueno y para lo malo, es una región típicamente española (no hay más que ver los continuos esperpentos del proceso, como la República Imaginaria de Cataluña, que bien los pudiera haber firmado Valle Inclán), el nacionalista acaba siendo un «wannabe» (un «quiero y no puedo»).
 
Los «wannabe» son los más cargantes. Todo el día dando la vara. Un rico de verdad (digamos Bill Gates) no está diciendo todo el día que es rico, porque no necesita decirlo. Pero el que es un poco más rico que el vecino, está todo el día dando la vara de qué rico es, qué coche más bueno se ha comprado y cómo sus negocios van viento en popa.
 
Tampoco un habitante de Alemania, no está diciendo todo el día que vive en un país rico. Pero el independentista catalán está todo el día diciendo que ellos son más europeos que los españoles, más tolerantes, más prósperos, mejores. Debe hacerlo para convencerse a los otros y a ellos mismos que son superiores. Un caso muy parecido se da en los «ticos» fanáticos, naturales de Costa Rica, (país que está algo mejor que los otros países centroamericanos) y que son absolutamente insoportables: todo el día diciendo lo maravillosa y superior que es Costa Rica, como los nacionalistas catalanes, como todos los «quiero y no puedo». En cambio un sueco nunca presumirá de país avanzado.
 
Al final, como decía, el nacionalismo catalán no es tanto el ensalzamiento de la identidad catalana sino el rechazo de la española. Si mañana se dijera a los independentistas que podían ser franceses renunciando a su lengua, muchos firmarían. Hace muchos años leí un texto del genial escritor argentino Jorge Luis Borges diciendo algo así:
 
«Yo sería andaluz. Lo que no sería nunca es catalán. Los catalanes quieren ser franceses y no pueden. Los franceses los desprecian».
 
Entonces, pensé que no conocía la realidad de Cataluña, pero ahora pienso que la conocía muy bien. Vemos el «quiero y no puedo». Vemos la francofilia que los independentistas exhibe una y otra vez. Cuando se suspendió la declaración de independencia, un periodista vio a una chica que lloraba diciendo: «No me digáis que tengo que ser española». De eso se trata, de sentirse superior y no sentirse español, no tanto de sentirse catalán, que es sólo un medio y no el fin.