Descripción del sistema democrático americano

Vicente Miró. Tomado de aquí

Explicar el funcionamiento del sistema de elección presidencial americano es complicado, no porque sea una materia especialmente difícil en sí misma (sé positivamente que una parte de la audiencia de este blog –catedráticos, ingenieros, científicos, etc.– han manejado y manejan ideas muchísimo más complejas a diario). No es esa la cuestión.

El problema es que los esquemas cognitivos que se activan en la mente de un europeo no sirven para comprender el sistema americano porque el europeo está inconscientemente buscando la legitimidad del sistema a través del voto popular en primer lugar y, en segundo lugar, cuando hay conflicto, en los tribunales de justicia. Sin embargo, en las presidenciales americanas ni el voto popular ni el Tribunal Supremo tienen la última palabra en la designación del Presidente de los EEUU.

Esto es así porque lo que se toma por un mismo sistema político unificado  (al que convencionalmente se le denomina “democracia occidental”) en realidad no lo es. En Europa continental todos los sistemas políticos son del siglo XX con raíces en la última parte del XIX y están enfocados a la sociedad de masas y el sufragio universal.

En EEUU, por el contrario, el sistema es del XVIII y está pensado por y para caballeros –gentlemen farmers– o sea, hacendados con ínfulas de grandeza cuya fantasía era verse a sí mismos como romanos de la antigüedad. Esto no es una metáfora; es rigurosamente así; es una fantasía heredada de los ingleses2 que les dio por jugar a hacerse pasar por romanos ante sí mismos y ante los franceses (que son su audiencia favorita) a partir de 1720 más o menos cuando sacan la cabeza del hoyo y salen a lucir palmito después de casi doscientos años de estar en el pozo de desolación y miseria en que quedaron sumidos tras el golpe cismático de Enrique VIII.

Pues bien, ese es el verdadero contexto de la fundación de EEUU. Un contexto que nada tiene que ver con la democracia, sensu stricto, sino con la emulación de la república aristocrática que fue la antigua Roma. Por lo tanto no había previsión de elecciones ni campañas ni partidos ni nada de lo que habitualmente identificamos como sistema democrático. La elección del presidente era por aclamación de un candidato que no se dignaba ni a presentarse (eso habría sido demasiado “vulgar”, es como andar buscando notoriedad y halago). Al verdadero caballero le escogen sus iguales espontáneamente por las cualidades que meramente exuda el primus ínter pares. Ese era el concepto de democracia de los founding fathers3.

La deriva hacia la democracia como un desbordamiento de compuertas

Esta Arcadia de caballeros de alto plumero y primus inter pares duró muy poco y enseguida vinieron las zancadillas, los empellones y los pucherazos hasta el día de hoy. El que sufrió Andrew Jackson es especialmente interesante porque es el primero que abre las puertas a una sociología más popular que es con la que Tocqueville se encuentra cuando llega a América en las primeras décadas del XIX y escribe su famoso “Democracia en America”.

El exordio anterior puede parecer tal vez demasiado largo pero es ciertamente necesario para comprender que

la democracia americana se ha construido por el desbordamiento popular de una forma republicana original de orientación aristocrática

Con cada desbordamiento de las estructuras republicanas originales se han ido construyendo en paralelo dos tipos de estructuras diferenciadas aunque ambas coincidentes en ser estructuras de protección: unas contra el pueblo y otras contra las élites4.

Ahora, repárese en que estas dos estructuras protectivas han corrido suertes contrapuestas: unas se han venido celebrando a bombo y platillo (las que protegen al pueblo de las élites, contenidas en las enmiendas o ammendments)  y otras se han escondido vergonzantemente hasta no querer saber ni que existen (que son las que las élites han construido contra el pueblo y que están desarrolladas sobre todo en forma de leyes electorales).

Todo lo anterior nos permite llegar a un resultado ciertamente valioso para el propósito de esta entrada y es que

aunque EEUU ha construido y proyectado una mitología nacional de populismo, democracia y desenfadada apertura, en paralelo no ha dejado de cultivar, aunque en secreto, un corazón de bestia rabiosamente elitista y aristocratizante

Quién tiene la última palabra a la hora de elegir al Presidente

Ahora, por fin, (después de 1.300 palabras) creo que están ustedes de disposición de entenderme cuando les diga:

ni el recuento de los votos de la gente, ni la justicia, ni el Tribunal Supremo tienen la última palabra en la elección del Presidente; la tienen determinadas pequeñas camarillas de selectos grupos escogidos (llamados “legislature representatives” y “electoral college members”)

Mecánica electoral de las Presidenciales 

Para esta explicación tengan ustedes muy presente la entrada que he escrito como Guía de Pucherazos Made in USA Parte 1. Allí se explican las circunstancias de arranque de lo que ha terminado siendo una extraña forma de gobierno, a mitad de camino entre la confederación y la federación.

La elección del presidente de EEUU no es una elección directa del pueblo al candidato. Lo que realmente hace el votante popular no es elegir sino sugerir; esto es “dar una indicación con su papeleta” a su legislature (a la cámara de su estado) para que este cuerpo movilice los auténticos votos electorales que le corresponden a ese estado según una asignación poblacional (que opera como un corrector de compensación territorial parecido a la ley D’Hondt que se aplica en España) y los destine a la designación de tantos electores como votos de elección presidencial disponga ese estado.

Una vez esos electores son designados por las cámaras de cada estado se constituyen en colegio electoral (Electoral College) de 538 personas y emiten su voto, en principio comprometido a favor del candidato favorecido por el voto popular. Lo más chocante es que esto no siempre sucede y el hecho es que en cada elección hay siempre algún voto desviado a otro candidato distinto del que se les había confiado el voto. En algunos estados hay restricciones y penalizaciones a estos faithless electors, que así se llaman, pero desde luego su compromiso para con los votantes populares no responde a la forma de “mandato imperativo”.

Si un candidato recibe la mitad más uno de los 538 votos del Colegio Electoral, es decir si llega a 270, entonces es proclamado presidente.

  1. La ruta 66 es suficientemente conocida (es la carretera que va de Chicago a Los Angeles) pero “la senda de los Apalaches” o Appalachian Trail (cuyo nombre oficial es “The Appalachian National Scenic Trail”) es una senda de montaña que va desde Springer Mountain en Georgia a Mount Katahdin en Maine, en total 3.200 km de caminata de punta a punta de la costa este norteamericana. 
  2. Pero, claro, con la ingenuidad propia del provinciano lo cual es evidente, por ejemplo, en Monticello que es la casa que Thomas Jefferson se construyó siguiendo ese modelo paladiano imitación de la antigüedad que tanto les fascinaba. Digo que es evidente porque esa casa está llena de cachivaches y tonterías como pipas de indio colgadas por las paredes y piezas de arte de segunda, por supuesto, bustos de romanos. Es decir, una casa llena con los objetos favoritos de una mentalidad culturalmente inmadura, como un adolescente que cuelga en su cuarto el póster de un Ferrari porque cree que eso es el zenith del mundo. Deben saber ustedes que me llevé la gran sorpresa al comprobar que de todos aquellos objetos, el mejor, el más bonito, el más finamente trabado y el que además poseía un mayor valor científico era… jamás lo adivinarían; un mapa coloreado de unos tres metros de largo de toda America realizado y formado por la Real Sociedad Matritense de Amigos del País. Si no me creen vayan y vean. 
  3. Se podría argumentar que esa descripción responde más al sur que al norte; argumentar debidamente que el norte, aunque no era latifundista, participaba de un filo-aristocratismo equivalente me llevaría mucho. Pero baste recordar lo que Benjamin Franklin le dijo a una señora que, curiosa de que en la primera convención estuvieran en pleno verano con las ventanas tapiadas (véase la entrada en la que hago un repaso de los golpes y pucherazos aquí) y entonces le  preguntó que qué hacían ahí metidos a lo que Franklin respondió: “Una república, señora, eso es lo que hacemos, una república, si es que ustedes no la echan a perder” (A Republic, madam, if you can keep it) lo cual tiene el sentido de que se eche a perder porque accedan a ella los que no la merecen ni la entienden, o sea, el pueblo el populacho, el hoi polloi (expresión que viene del griego y se usa en inglés en el sentido de “chusma”; es justamente el tipo de palabra que sí habría usado un founding father tan obsesionados como estaban de emular la antigüedad grecolatina.) 
  4. Así EEUU se ha ido desarrollando como una sociedad profundamente dicotómica, unida en la desunión y de sistemas enfrentados (adversarial) que no tiene nada que ver con la nuestra –verdadera sociedad mediterránea hija de griegos y romanos– y cuya tradición política no es la del enfrentamiento sino la tradición política aristotélica donde la primera virtud cívica no es sino la amistad civil, la concordia entre gobernados, gobernantes y entre conciudadanos entre sí. Una tradición que, posteriormente se verá reforzada por el cristianismo.